Hay personas con las que tenemos
mucho trato. Esa frecuencia la marcan los afectos pero también la logística de
nuestro día a día. Hay personas que nos encantan y sin embargo no las
disfrutamos todo lo que nos apetecería. Metidos en
nuestro quehacer cotidiano ni siquiera pensamos en ellas, y luego, cuando
reaparecen por un instante, ese momento se convierte en mágico. Pues eso me
pasó el otro día con Natalia.
Tomé un café con ella, me sentí
mimada porque me escuchó y se interesó por mis cosas. Me reforzó y regaló
sonrisas sin control. Cuando nos despedimos le dije que me apetecía leer su
último libro y me lo dedicó.
Escribo este post porque me ha
impresionado. Me costó unos días arrancar con la lectura, y eso que me apetecía
un montón. Ando con bastantes líos y tengo la cabeza que parece un puchero
montañés. Cuando no tengo sosiego me cuesta leer porque no me concentro. Una de estas mañanas de vacaciones me levanté
más pronto de la cuenta y empecé a leer el Garbancito, como ella lo llama, sin
tener ni idea de que iba. Me atrapó en la tercera página y me lo zampé en una
sentada. Ese día ni fui a andar, ni puse lavadoras, ni pensé en que iba a dar
de comer a mi familia.
Natalia, el primer sentimiento es
de agradecimiento por haber conseguido evadir mi mente durante unas horas y
meterme en otra historia. Una sensación flipante que me gustaría volver a sentir
pronto. Describes situaciones, olores, sensaciones de forma exquisita, con matices
propios de una persona sensible y observadora. La historia es original, ágil,
fresca, actual,… ¡Útil!. Y digo útil
porque porque ofreces, para quien lo quiera coger, un secreto valioso para romper barreras y ser más
generosos con los demás al mirarnos menos al ombligo.
Lo he disfrutado un montón. Me ha
sorprendido y lo recomiendo de corazón, sintiendo que hago extensible el regalo
que tú me has hecho. Te lo he dicho en alguna ocasión, pero me apetece
escribirlo, estoy orgullosa de ti.
Un beso fuerte,
0 comentarios:
Publicar un comentario